Domingo de sol

Hace un día de la hostia, un sol impresionante, que te invita a tirarte bajo el, cual si fueras, un ballenato encallado en la playa.
El gustito a domingo, es implacable, apetecible, pero como todo domingo, no seguido por una semana vacacional, tiene gusto a poco.
Con la panza llena de asado, papas fritas, levité de pomelo y ensalada de frutas, me encuentro tirada en mi cama, con mis babuchas verdes, ya gastadas, a punto de disfrutar, una tranquila siesta dominguera.
Me cuesta moverme, y eso es culpa del atracón antes mencionado.
Prendo el ventilador, una brisa se desprende de el, muy acogedora ella.
Cierro mi cortina, para que la luz de Febo no ose molestarme.
Pongo música de fondo, tranquila.
Me acuesto, cierro los ojos, decidida a entregarme a las garras de Morfeo.
Ya casi puedo sentir su aliento...

Pero, como todos saben, lo bueno, tiende, a durar poco, y esta no es la excepción.
En la planta baja de mi casa, escucho un alarido, proveniente de Padre...

Padre (a los gritos): Nena, no te acomodess mucho, que me teness que ayudar a colocar los muebles nuevos de la cocina....

¡Puta madre!

Días como hoy, desearía tener un hermano varón, o en su defecto, ser hombre.

¡Qué injusticia! ¡No hay derecho a cagarme la siesta dominguera!